martes, 8 de abril de 2014

Carta abierta de una alemana de nacimiento y catalana por elección


Nací en Alemania, hija y nieta de alemanes, diez años después de la Segunda Guerra Mundial. Viví allí durante el primer cuarto de siglo de mi vida hasta que entendí que no podía quedarme. No sabía qué causaba el malestar que me había acompañado desde que tenía uso de razón, pero era evidente que necesitaba distanciarme para poder poner mi vida en perspectiva y tener una posibilidad de al menos aspirar a encontrar una solución.

Cuando llegué a Cataluña por primera vez no sabía que existían los Países Catalanes ni la lengua catalana. Fue al cabo de tres días aproximadamente que me di cuenta de que entre ellos la gente hablaba una lengua diferente de la que estaba estudiando en la universidad. Mientras duraron mis estudios en la Facultad de Ciencias Lingüísticas Aplicadas, para no confundirme, me abstuve de intentar hablar catalán. Cuando decidí que iba a probar suerte en Cataluña, vine por amor; no por el amor a un hombre –conocí a mi marido veinte años más tarde- sino por amor a una gente, a una tierra, a un pueblo, a una forma de ser. Entonces sí que me dediqué a estudiar el catalán, a mi manera y con la ayuda de mis amigos. Me di dos años para ver si iba a lograr ganarme la vida.

Ahora hace treinta y cuatro años que vivo en Cataluña y me siento catalana. Cumplo las condiciones para serlo, establecidas por derecho común: amo a la tierra catalana, vivo de ella y hablo la lengua catalana. Además ¡me siento orgullosa de serlo! Me siento orgullosa de la manera de ser dialogante, de la voluntad y capacidad de integración y del sentido de identidad diferenciada del pueblo catalán. Me siento agradecida por la generosidad con la que fui acogida. El espíritu de determinación que mantuvo viva la lengua catalana a lo largo de cuarenta años de dictadura, y la volvió a implantar como lengua oficial después, está en consonancia con mi propio espíritu de determinación. La agilidad mental propia de quienes hablan más de un idioma, la creatividad y la  capacidad de trabajo del pueblo catalán estimulan estas cualidades en mí.

Nunca he podido sentirme orgullosa de ser alemana. Aunque aquí muchos han considerado mi condición de alemana como una especie de garantía de calidad, para mí siempre ha sido motivo de vergüenza. Tras años de trabajo personal he podido identificar esta vergüenza como parte del malestar que pesaba sobre mi infancia y juventud. Al asumir, de la culpa colectiva que el pueblo alemán adquirió durante el “Tercer Reich”, la parte que me corresponde, encontré una forma de posicionarme al respecto que, en vez de hundirme bajo el peso del silencio de la fase inicial de mi vida, me ayuda a comprender la condición humana en general y la mía en particular. La actitud alemana en la política actual vuelve a ser motivo de vergüenza por la falta de asimilación de la propia historia que denota.

Lamentablemente, el fantasma del nacionalismo fascista del que advierten los opositores al derecho de autodeterminación catalana es muy real. Pero al contrario de lo que esas personas proclaman, es la sombra de la propia historia no asimilada lo que proyectan sobre el proceso de soberanía catalana; y no tiene nada que ver con las pretensiones reales de este pueblo de desmarcarse de las políticas insostenibles del Estado español. No tenemos ninguna intención de invadir ni anexionar ni mucho menos de exterminar a nadie como chivo expiatorio de algo que negamos en nuestra propia psique. Tampoco se trata de que no queramos ayudar a los más débiles. Somos solidarios por naturaleza; al menos una inmensa parte de la población catalana lo es. Simplemente queremos distanciarnos de un trato injusto e insostenible. Si no nos esforzáramos por hacerlo nos convertiríamos en cómplices de la injusticia y las políticas insostenibles del gobierno español.

Hace poco se me reveló un punto ciego en mi historia: durante la Segunda Guerra Mundial mi abuelo fue oficial de la guardia de la fábrica de pólvora de Düneberg. Bajo esta luz, su silencio durante nuestros paseos por los bosques alrededor de nuestra ciudad adquirió una nueva dimensión. Seguramente íbamos por los mismos recorridos que debía hacer cuando estaba de servicio. Nunca le pregunté acerca de los búnkeres dinamitados en medio del bosque, nunca dijo nada al respecto. Hacíamos como si no existieran, pero aún hoy puedo sentir un nudo en el estómago cuando pienso en ellos. Gracias a la comprensión a la que he llegado con mi trabajo interior y mi profesión de integradora estructural, de practicante de reconocimiento de patrones somáticos y de analista de patrones arquetípicos, entiendo que el nudo que se hizo en mi estómago era reflejo del que sentía mi abuelo, incrementado y reforzado por el silencio y el esfuerzo por apartar de su conciencia la locura en la que había participado y la culpa y vergüenza resultantes que no era capaz de tolerar.

Soy alemana porque nací en Alemania, esto no cambiará. Asumo la vergüenza que comporta, junto con las virtudes que me otorga. Aparte de mi pasaporte alemán quisiera tener uno catalán. Al cabo de treinta y cuatro años de contribuir a la sociedad española, porque pertenezco a Cataluña, a la fuerza pertenezco a España también.

Pero no puedo votar porque los españoles me obligan a renunciar a mi nacionalidad alemana si quiero adquirir la española, cosa que considero imposible. Quiero poder votar en el país en el que he vivido toda mi vida productiva y que he escogido como mi hogar, Cataluña. Sobre todo quiero participar en un referéndum vinculante que permita al pueblo catalán decidir si queremos pertenecer a España o no y, en caso de que la mayoría sí lo quiera, de qué forma quiere pertenecer.

Quiero vivir en un país gobernado por personas que saben que la vida en este planeta es toda una, que los seres humanos formamos parte de la naturaleza y que es nuestra responsabilidad protegerla y cuidarla, y que basen sus políticas en el respeto de estos hechos. Quiero vivir en un país en el que sea requisito indispensable para acceder a un cargo público, y cualquier cargo de responsabilidad, hacer un trabajo interno para conocer las estructuras y dinámicas del propio yo y de su sombra, de forma cognitiva y sensorial. Aunque no sea una garantía, sólo así será posible impedir que las proyecciones de la propia sombra eclipsen las cualidades morales y humanas que todo dirigente debería encarnar. Creo que las condiciones para crear esta clase de gobierno son más favorables en un país pequeño.
Brigitte Hansmann
Barcelona, 6-4-2014
La mateixa carta en català aquí
Der selbe Brief auf deutsch hier
The same letter in English here

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